Es Licenciado en Filosofía (1970; convalidado en 1977 por la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid, por la que se recibe de Doctor en Filosofía y Letras en 1986) y Licenciado en Ciencias Antropológicas (1974) por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1970). De sus libros de carácter filosófico-antropológico citamos “Vida, interpretación y sufrimiento” (1981), de los de carácter socio-filosófico, “La avenida más ancha del mundo” (2009), y de los que ha sido coordinador y autor elegimos “Nosotros, los otros” (2000), “Comprensión y tolerancia. Propuestas para una antropología argentina” (2007). Publicó los volúmenes de cuento “Decálogo tercero”, “Margen obligado”, “Anclaje en los sueños”, “Reflejos sucesivos”, “Alternativas de la emancipación”; uno de fábulas: “Moralinas inhóspitas”; tres de dramaturgia: “Muñecos de pelusa y azafrán” (siete obras “teatrotiriteras”), “Nacido a destiempo”, “Imperátor”; también las novelas “Ventanas de acceso” y “La villanía heroica”. Sus poemarios socializados entre 1983 y 2015 se titulan “Ráfagas de luna”, “Tardes en el paisaje y hombre”, “Fuego sin dioses”, “Tarde crepuscular posible”,
“Correspondencia abierta”, “Continuidad en los modos”, “Las horas del himno”, “Revelaciones del tiempo”, “Los terracota y polen”, “Pantomima y desierto”, “Proximidades lejanas”, “Penumbra sin voz y luminosa voz de vos”, “Amaneceres vedados al tiempo” y “Veladuras y pliegues”.
¿Cómo nos presentarías una cierta reseña berbegliana?
¿Por qué motivo interesan las biografías? Pareciera como si la lectura de cualquier pieza literaria, una novela, un conjunto de cuentos o poemas, una obra de teatro estuviera incompleta en nuestro conocimiento si no la acompañáramos con datos del autor, aunque escasos, que detallaran algunos aspectos de su vida sentimental, si fuera posible, e, igualmente, los hitos más importantes de su trayectoria literaria (o musical, o plástica). Por supuesto que también abundan otro tipo de biografías, como las deportivas o las políticas, pero importan, a sus lectores, de otra manera, porque también son distintos los intereses con los que las leen.
Las respuestas son variadas, pero, en mi opinión hablan de la curiosidad que, usualmente, se siente por quienquiera haya trascendido, aunque mínimamente, los duros cercos impuestos por el anonimato cotidiano, y ofrezca la posibilidad de interiorizarnos de algunos de sus pasos, bien para interpretar con mayor grado de certeza aspectos de su obra o por un simple afán que no va más allá del puesto cuando escuchamos a un amigo contarnos sus desavenencias familiares o de otra índole.
Un capítulo, no aparte, sino paralelo, son las autobiografías; la diferencia fundamental con las primeras radica en su dependencia de la voluntad del autor por darse a conocer. Por ende, los datos que allí vuelque, deben ser cribados con más detenimiento que en el caso anterior previos a su aceptación, porque la carga de subjetividad, e intencionalidad, los empaña necesariamente, forma parte de uno de los tantos aspectos de la tantas veces aludida “condición humana”: la tendencia a exagerar aristas consideradas positivas por el protagonista, hasta desfigurarlas, y menospreciar y aun negar las restantes, por la dispar nubosidad que reflejarían sobre el aura de su auto homenaje.
Efectuadas estas salvedades epistemológicas procedo a pasar revista, desde ya parcial, de mi convivencia con la creación literaria y, entre ellas, con la poesía. Si bien leí, y mucho, desde pequeño (mis padres eran inmigrantes italianos, y, en particular mi padre, ferroviario y socialista, y sabido es la devoción por la cultura que traían desde el Viejo Continente los adeptos a esta ideología, lo cual me permitió el acceso a una biblioteca que contaba con algunos de los textos esenciales de la literatura universal y una formación bilingüe invalorable), sin embargo no ocurrió lo mismo con la escritura, no fui un niño prodigio (ni un adolescente, ni un joven, ni un adulto, nunca alcancé ese rango), tanto es así que, mi primer poemario, “Ráfagas de luna”, lo publiqué a los 39 años. Fue precedido por algunos otros poemas (que no incluí en libro, aparecieron en un suplemento literario de la bonaerense ciudad de Azul, e, incluso, posteriormente). El resto, mis primeros intentos poéticos y en prosa, datan de una adolescencia y primera juventud vulgar y silvestre y eran abominables, por suerte los destruí.
Tengo formación filosófica y antropológica y una visión muy particular de la primera, antiacadémica, y crítica de la segunda. No consiento en dividir los campos, el conocimiento es uno, el mundo es uno y, sumados los dos, nos acercamos a los dos de distintas maneras, como nos resulta posible, eso es todo. Con lo cual quiero significar lo siguiente: el problema, la incógnita, la emoción o lo que fuere están allí, enfrente y dentro mío, dependerá de la manera como lo enfoque o lo exprese mi recurrencia a la prosa ensayística, la narrativa, el teatro o el poema para manifestarlos.
Del hecho que pueda expresarme indistintamente en cualquiera de los géneros aludidos no implica que me considere un ser “privilegiado”, sí, en cambio afortunado; de no haber tenido la cuna paterna mentada no se hubieran despertado en mí las inquietudes que me acompañaran desde entonces, e, igualmente, habría carecido de la voluntad por desarrollarlas, aunque malamente, e ir mejorando su impronta literaria con el tiempo.
Detesto el incienso propio y soy absolutamente incapaz de mover un incensario para otros (hecho muy distinto a elogiarlo si su obra lo merece, así se trate de una simple operación de maestranza, como la de barrer un piso, o profesional, como escribir un libro o dictar una conferencia). De allí que una de las temáticas primordiales que siempre afloran en mi obra sea la de la injusticia, la desigualdad socio–económica, debida a los hombres, o las intelectivas y físicas congénitas debidas a los dioses o la naturaleza me enfrentan a la peor de las alternativas, no comprender en absoluto nada o, en otros momentos, comprenderlo todo, de cuanto me rodea y darme cuenta que, en ambas acepciones, sucede lo mismo, la continuidad profunda de esa incomprensión atroz y desgarrante como horizonte final de cuanta empresa iniciemos, en conjunto, los humanos, para superarla.
La otra temática que siempre aflora en mi creativa filosófico–poética es la de la verdad, siempre aludida y manoseada, y, además, temible cuando, supuestamente, se halla en mano de los detentadores del poder (religioso, político, económico, cultural), admito su búsqueda pero reniego de quienes sostienen haberla encontrado, se desliza de las manos lo mismo que una anguila, salvo que la apresemos con guantes provistos de tachas y, entonces, se arroje sobre la tabla del negocio donde se la vende un cuerpo sanguinolento y desgarrado. Valga la metáfora en una autobiografía poética y una confesión existencial: me aterroriza quienquiera blasone poseerla y nadie me quitará el convencimiento de que miente. Sumo, así, a la metáfora, una paradoja.
Entre el sí y el no opto por la negación, las ofertas del mundo, lo confieso, me asustan, no me, tienden tientan, por lo general a conducirme a cualquiera de sus engalanadas trampas. Soy lo que soy a pesar de haberlas rechazado y no me fue tan mal. El aprendizaje y la práctica por el no deja un vacío creador; la del credo por el sí un lleno que intoxica y empalaga, empacha, al decir de las viejas comadronas. La marcha liberadora de la historia fue, siempre, la que expresara no, a las costumbres sociales, a las imposiciones escolares, a los mandatos ideológicos, a la credulidad religiosa, a las terapias mentales, a cuanta compañía se ofrezca como paliativo a una soledad desamparada pero autónoma.
Y con esto concluyo mi reseña autobiográfica; más no se me ocurre decir de mí ni creo que interese para la intelección de mi poesía, una poesía de búsqueda y des-comprometida de cuanto lugar común asfixie la belleza que debe, necesariamente, acompañarla, en su logro mi ansiedad.
Villamercedino y puntano (o sanluiseño). Te propongo que nos sitúes en tu provincia, en tu ciudad, en tu acontecer por aquellos paisajes, no sólo en tus primeros años, también incluir cuánto, cómo seguís vinculado.
Me sitúo ambiguamente porque soy de dos paisajes, el ciudadano porteño y el serrano. Y hablo de paisajes, no de tradiciones o costumbres en particular; San Luis no tiene la presencia identificativa del Norte o el Litoral, y tampoco sus problemas; es una provincia mediterránea influenciada por sus aledañas Córdoba y Mendoza, aunque de una autonomía psicológica y cultural notable.
Vine desde pequeño a Buenos Aires y la nostalgia, aunque se trate de un tópico entre los poetas, no es mi fuerte. Sin embargo confluyen en mi vida esos dos paisajes por algo en común que me hace amarlos, el ser abiertos; no soporto las selvas tropicales ni los bosques porque me asfixian.
Pero sigo vinculado porque en el Norte de San Luis, en Merlo, un lugar paradisíaco, se encuentra una quinta familiar a la que voy cuantas veces me resulta posible; allá escribí parte considerable de mis obras.
¿Para qué sirve el Arte? ¿Cómo surge?
Esta pregunta tiene dos respuestas básicas posibles: una, erudita, donde para contestarla deberíamos efectuar una selección de autores y de orientaciones, recurrir, por ejemplo, a los diálogos platónicos como el Hippias Mayor y el Fedro o la poética de Aristóteles, entre los clásicos, y, por ese camino, arribar a la estética de Hegel y las posteriores visiones socializantes del arte propias del siglo XIX, o, caso contrario, por qué no simultáneo, acercarnos a obras actuales y decisivas como la “Obra abierta” de Umberto Eco y, bajo su guía, analizar las proclamas surrealistas o las consignas y prescripciones del período barroco, tal vez uno de los más racionales de la historia del arte. Francamente me excede, los baches que dejaría serían innumerables.
Queda recurrir a la preceptiva propia: desde ella respondería comenzando por la segunda parte de tu interrogación (que, con total seguridad, vos también, como poeta, te la habrás hecho infinidad de veces): surge de un momento anímico y de la posibilidad, técnica, de volcarlo, en el lienzo, la partitura musical, el mármol o la palabra; sin dominio del medio expresivo las ideas restan confusas y se pierden, el “dí tu palabra y rómpete”, de Nietzsche, se cumple bajo esta sola condición. En cuanto a la utilidad del arte es muy variada; la más bastarda y despreciable es cuando se lo mediatiza con fines ideológicos o económicos, cuando, por ejemplo, un cuadro impresionista se cotiza en el mismo escaparate donde luce una pulsera de diamantes.
En el arte, para mí, ocurre el encuentro de dos almas que se trascienden, uno en la obra, otro en la contemplación; es un diálogo superador que fortalece el yo del individuo, y, a través del goce, nos aleja de una realidad asfixiante o nos hunde en ella para que termine de asfixiarnos.
¿Podrías determinar cómo surgió la necesidad de escribir cada una de tus dos novelas?
La primera, “Ventanas de acceso”, es una novela para adolescentes que tuvo varias redacciones hasta la definitiva, en 1991; en ella el protagonista es un antihéroe en la realidad, que entra en contacto con un mundo fantástico donde encuentra un lugar a su medida; es una crítica, nada vedada por cierto, al momento histórico que atravesaba por aquel entonces, y me valí de ella para llevarlo a cabo. En “La villanía heroica” fue la necesidad, si así querés llamarla, de enaltecer a un trío de delincuentes a los que une algo nada común en estos individuos, y es el menosprecio por cuantos no consideren la libertad como el máximo bien posible. Sin embargo, si bien roban y secuestran, para conseguir un nivel de vida que les permita gozarla al máximo, nunca vulneran la dignidad de sus víctimas, un principio moral irreductible.
¿Qué opinión te merecen las poéticas del francés Paul Verlaine (1844-1896), del italiano Dino Campana (1885-1932) y del austríaco Georg Trakl (1887-1914)?
Son tres momentos distintos de la expresión poética, aunque, tengamos en cuenta que Verlaine, además de poeta, también fue crítico, tal vez el primero que habló de los “poetas malditos” en un libro publicado en 1884, donde pasa revista de quienes nunca triunfan en su propia época por incomprendidos y únicamente les aguarda una gloria pos mortem. Desde su visión, solamente en las vanguardias se traduce el verdadero arte; por ese motivo se encuentran obligados sus cultores a ser ignorados y hasta despreciados por sus contemporáneos. La obra incluye su auto-inclusión entre los que así denomina, el tiempo le dio la razón, dado el sitial de honor que ocupa actualmente su poesía.
Dino Campana (hay una reciente edición antológica bilingüe a cargo de Rodolfo Alonso de sus “Cantos órficos”) representa, junto con Gabriele D’Annunzio, el momento de transición de la literatura italiana del romanticismo a la gran poesía del siglo pasado de Ungaretti, Quasimodo, Eugenio Montale, entre otros. En su poesía conjuga lo épico y lo iniciático, su técnica remite a la prosa poética y a los versos de arte mayor. Residió un tiempo en nuestro país y lo refleja en su escrito “Pampa”, donde la describe con el mismo misticismo que alienta el resto de su obra.
De Georg Trakl, uno de los más grandes poetas expresionistas alemanes, de quien contamos con dos versiones al castellano en nuestro país, una debida a Aldo Pellegrini y la otra a Rodolfo Modern, me resulta tan difícil opinar como de Verlaine y Campana, tal vez porque llegan al corazón de la poesía, y la prosa que los retrate, resulta, fatalmente prosaica. Empero, me atrevo a decir que es alucinante, su obsesiva danza discursiva con la muerte, que termina en su probable suicidio, a los veintisiete años, el vínculo con la Gran Guerra, que acabó con lo mejor de su generación en las trincheras, el extraño amor, casi incestuoso, por su hermana, se reflejan en sus poesías donde la noche, el crepúsculo, la melancolía, entre los temas más abusivos, la pueblan y ennoblecen hasta llegar a nuestro espíritu y permitirle esa catarsis que solamente posibilita el contacto con lo grandioso.
¿Me equivoco si se me da por sospechar que te identificarías con Luis María Panero cuando declara: “...a pesar de lo mucho que me empeño en hacer de la escritura, hasta la más mínima, una dedicatoria por ejemplo, una práctica rigurosa y sin concesiones, un ejercicio inhumano.”?
Parcialmente: lo del “ejercicio inhumano” me trae a la memoria otra “práctica”, esta vez anterior a cualquier quehacer de los intelectuales, la de creerse seres elegidos por los dioses, habitantes del Parnaso o pertenecientes a una especie distinta a la del común de los mortales. Una anécdota, nada divertida por cierto, abona esta afirmación, que una poeta, hace bastantes años, me rechazara, airada, un prólogo a su poemario, porque allí trataba a los poetas (y a ella, por supuesto) de trabajadores de la palabra. Desapruebo este tipo de posturas, no por falsa humildad sino por sinceramiento con lo que somos; sí acepto y postulo la rebeldía contra todo tipo de normas en el momento de escribir (o, incluso, de vivir), porque me permiten el vuelo hacia la compañía de la libertad, siempre en peligro de ser cercenada, muy a menudo, desgraciadamente, debido a nuestras falsas iluminaciones.
Seas o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?...
Querido amigo, la cotidiana, en la cual, parafraseando el inmortal poema de Jorge Luis Borges, ignoro ya no “¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza…” universal aquí, sino la concatenación de causas, azares, o determinaciones propiamente mías y que vuelven mi existencia, como la de todos, dubitativa e incierta, apasionada y tensa, alegre y triste, aventurera y sosegada, pero nunca absurda.
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